La alimentación siempre es el centro del debate cuando hablamos de salud, se habla sobre los alimentos a consumir, sobre proporciones, raciones y cocciones… Luego viene el ejercicio, el sueño, el trabajo, la vida activa, etc. Sin embargo, no solo importa lo que hacemos sino por qué lo hacemos, eso generará más o menos estrés (factor clave en la salud) pero también hará que nuestros hábitos sean saludables y continuados. ¿Quieres saber de que te hablo?
ALIMENTACIÓN Y EMOCIONES Y VICEVERSA
Nuestra alimentación, como ya vimos en un post anterior, afecta directamente a nuestras emociones. El intestino tiene una gran cantidad de neuronas y también las bacterias que producen el precursor de la serotonina. Pero esto va más allá, pues tener un intestino saludable, con unas digestiones ligeras nos ayudará a sentirnos mejor. Sin embargo, esta relación también ocurre a la inversa. Nuestro estado de ánimo afecta directamente a nuestra forma de comer, es lo que se conoce como “alimentación emocional”. No comemos lo mismo cuando estamos felices, cuando estamos tristes o nerviosos. Nuestros sentimientos, estado de ánimo, cansancio o cualquier situación que nos afecten afectarán también a nuestra forma de comer. Lo cual no es necesariamente bueno ni malo, es nuestra naturaleza, nuestro cuerpo está diseñado para adaptarse a las situaciones.
FACTORES PARA UNA MALA RELACIÓN CON LA COMIDA
Psicológicamente la alimentación es compleja, pues muchos factores fisiológicos afectan a este proceso pero también psicológicos. Hay miles de estímulos todos los días, a todas horas sobre comida. Vemos anuncios por la tele, por la calle, tenemos cientos de restaurantes, cafeterías, supermercados, tiendas de comida y, si tenemos redes sociales, cada vez más perfiles divulgando sobre qué comer, cómo, cuando… Recibimos demasiada información por todas las vías posibles, pero nadie nos enseña a gestionarla. Esta situación provoca desconcierto e inseguridad sobre si lo estaremos haciendo bien, es decir, una preocupación por algo que tenemos que hacer cada día y que sentimos que está fuera de control. Además, estamos rodeados de productos malsanos o productos que no sabemos si nos convienen o no, restaurantes rápidos y sabroso, pero que nos dejan agotados y, después de todo, toda la culpa recae en nosotros. Y es ese sentimiento de culpabilidad el que lleva a restricciones y miedos, ya sea por alimentos o ciertos tipos de comida. ¿El problema? Que esa comida es realmente adictiva y nuestro comer emocional no puede evitar elegirlos. Cuando empezamos a sentir miedo por las grasas, los hidratos, los ultraprocesados o cualquier tipo de comida empezamos a restringir, y si los comemos nos sentimos culpables. Por ello, estamos todo el día alerta y nuestro cuerpo mandando señales para consumir justo esos alimentos, y es que cuanto más restringimos más nos apetece. Este es un círculo vicioso que hace que no disfrutemos de la comida, llegamos a comer por obligación y a sentir culpabilidad y malestar cuando no salimos de la línea. No debemos olvidar que eso pude ser el principio de patologías como los trastornos de la conducta alimentaria (TCA). Esta relación esta extremadamente normalizada, pero ¿hay algo más allá?
RELACIÓN SALUDABLE CON LA COMIDA, LA CLAVE
Entender que los alimentos son eso y nada más (ni pecados, ni caprichos…) es el primer punto para empezar a sentirnos mejor. Es un arduo trabajo que debería realizarse de la mano de un 
dietista-nutricionista y de un psicólogo. Comer sin miedo ni culpabilidad nos llevará irremediablemente a comer más sano, pues nos atreveremos a probar más cosas, podremos trabajar con nuestra rutina y no nos rendiremos si tenemos un bajón. Vivimos en un ambiente donde evitar alimentos malsanos es imposible, nuestro ritmo de vida nos pide alimentos rápidos y la ansiedad es una patología cada vez más común. Aceptar que podemos comer de todo, aún implicando que esto no es sano, es amor propio y es algo que deberíamos llevar a cabo. Partiendo de esa base, todo es mucho más sencillo. Esto no quiere decir que no debamos comer sano, pero no solo lo que comemos debe ser positivo, también lo que sentimos con esa comida. No podemos sufrir cada vez que salimos, que quedamos, que nos apetece algo, incluso cada vez que comemos. Nuestra salud mental también es importante porque sin ella no podremos manejar el resto de situaciones, por eso, una relación saludable con la comida es incluso más importante que una dieta sana y equilibrada.
NO PODEMOS CONTROLARLO TODO
Es algo que parece sencillo pero no lo es con la alimentación. Creemos que decidimos todo pero todos esos estímulos que comentábamos anteriormente están llegando sin que nos demos cuenta y nos afectan. Incluso muchos más que nos dicen que nuestro físico está mal, que nuestra alimentación está mal, que debemos restringirnos y muchos otros mensajes que van calando. Luchar contra esto es complicado, debemos trabajar desde la raíz, desde esas creencias que tenemos arraigadas y que salen solas. Por ejemplo, si hoy te pasas, mañana no tienes nada que compensar. Es probable que no te apetezca tanto comer, puede que aún te sientas lleno, pero no debes hacer doble sesión de ejercicio. No tienes que ayunar y menos depurar, para eso tenemos órganos que saben “limpiarnos” y ningún producto lo hará por ellos. Trabajar con profesionales es clave para poder cambiar esas ideas y arraigar otras como que si hoy me apetece una palmera de chocolate me la comeré y esta noche comeré lo mismo de siempre y no habrá pasado nada. Y así con todo, no somos perfecto, ni tenemos que serlo. La alimentación es parte obligada de nuestra vida y disfrutarla nos hará más felices.
Recuerdo, no eres culpable de nada, disfruta del día a día y de ti y dedícate todo el amor que puedas. Si necesitas una orientación sobre alimentación dirígete a tu dietista-nutricionista más cercano, pero no intentes restringir y evitar alimentos, te aseguro que es más grave eso que comerlos. Una alimentación saludable y equilibrada es muy importante, disfrutar de ella lo es más.
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Inés Pérez Gopar.
Estudiante del grado de Nutrición Humana y Dietética.
