Esta semana seguimos contándoos el reto de Pedro, nuestro primer hombre valiente que se atreve a contarlo. Ahora más bien, nos cuenta cuales han sido sus dificultades.
Ya se ha hablado sobre las dificultades que hemos ido encontrando algunos “albanautas” en esto de conjugar cambios de hábitos, tanto alimenticios como deportivos. Pues en mi caso no ha sido distinto.
En lo deportivo, pues… eso… ¡que cuesta! Y no es que me cueste hacer deporte, lo que cuesta es encontrar el tiempo para hacer los deportes que me gustan. Las rutas de montaña andando o en bici exigen fines de semana, la pesca con caña no da la talla y en el kitesurf el que no da la talla soy yo, vamos, que no lo practico.
La frecuencia deportiva que requiere el Reto Albalá se puede conseguir fácilmente con tablas en vídeo de las que hay cientos en Youtube, pero aún no he encontrado alguna disciplina que me guste lo suficiente para ponerme a dar saltos frente al televisor. De momento me conformo con intentar ir al trabajo en bici (a veces lo consigo) y mis escapadas campestres de fin de semana.
Sin embargo donde las leyes de Murphy y las alineaciones astrales me lo ponen más difícil es a la hora de las comidas. En casa no hay problema, no cuesta mucho cambiar la plancha por la freidora y el “pulpo a feira” por la panceta. Con algo de imaginación salen platos ricos bastante menos energéticos que la fabada. Mi último descubrimiento culinario han sido las vainas de guisante salteadas con jamón, están mejor que los propios guisantes! La próxima vez que las prepare serán en forma de tallarín, ya os contaré…
El problema viene a la hora de comer fuera. Por trabajo suelo tirar bastante de bar de menú y no siempre puedes pedirte una ensalada y algo a la plancha. Hace unos días comí con el jefe y algunos compañeros en un restaurante en Los Camachos, cerca de Cartagena y de plato principal nos pusieron “Olla ferroviaria”. Algo que se llama Olla ferroviaria no debe aparecer en un blog dietético, creo que recordarlo engorda.
Y cuando pides algo ligero, no creas, no siempre estás a salvo de las calorías. Detrás de la catedral de Murcia, en un barecito de puertas antiguas y suelo de madera ya había pedido un consomé y un plato de pollo al curry cuando el camarero volvió a la mesa lamentando decirme que se les había terminado el pollo, pero que me podía traer un rabo de toro buenísimo.
¡Pues nada majo!, trae ese rabo de toro y ,claro, trae un riojica y una barra de pan para mojar esa salsa, no se va a quedar ahí!! Ya lo compensaré esta noche cenando batido…
Y tenía razón, estaba buenísimo.